Por: Cristina Ivonne Raipan Marilaf, jefe (i) de Carrera Ingeniería Comercial UST Los
Ángeles
Cada año, el Banco Central y el Gobierno entregan información acerca del Producto Interno Bruto
(PIB) el cual mide la capacidad para producir y el rendimiento obtenido a nivel país de un año a
otro.
Si se refleja una variación positiva es bueno y de lo contrario se considera un dato preocupante.
Entonces nos preguntamos ¿Cómo influye cada ciudadano en estos macroindicadores tales como
inversión, consumo, gasto, y exportación? Estos indicadores son aquellos que nos representan a
nivel local y global.
Bajo esta perspectiva, la participación de un ciudadano frente a los grandes números parece
insignificante. Sin embargo, la actividad social y vinculada, actúa como una bola de nieve. Esta
varía en profundidad y amplitud, según el actuar de carácter individual, colectiva y sistémica. Con
estas variaciones se mueven los marcadores hacia números azules o bien rojos.
En relación, el impacto ya sea de forma individual o colectiva, va a depender de diferentes
factores. Los cuales, y de forma transversal, involucran como mínimo dos aspectos claves; el
primero, es nuestra capacidad para generar riqueza y el segundo, es nuestra cultura de compra-
consumo.
El primer aspecto, implica tener la capacidad para trabajar de forma remunerada, debido a que el
individuo se integra en un proceso de producción susceptible de generar riqueza. Según la ciencia,
hoy se tienen diferentes mecanismos para ser partícipe de esta espiral de riqueza (Keynes, Hayek,
Schumpeter y otros), entre ellos: el trabajo dependiente e independiente (trabajador por cuenta
propia), el voluntariado o bien la pasantía.
El segundo aspecto, implica la capacidad de satisfacer necesidades en sus distintos niveles,
posibles de ser cubiertas a través de la adquisición de bienes y/o servicios por el cual se está
dispuesto o se tiene dinero (el actual método de intercambio) para pagarlo.
Ahora bien, al profundizar sobre este punto, se puede identificar la conexión con las variables de
consumo e inversión, y entre ellos la intervención de la tasa de interés y otros indicadores, de igual
forma, monitoreados por el Banco Central.
Dicha conexión, funciona desde los espacios más básicos. Imagine que hoy despierta, respira y se
pregunta ¿Qué voy a comer? ¿Qué voy a vestir?; siguiendo esta dinámica, imagine que cerca de 20
millones de personas se preguntan hoy lo mismo.
Debido a esto, se presentan las primeras alternativas, tales como: comer la reserva, pedir comida
por donación o bien comprar, al igual que con el vestuario. La otra alternativa, es producirla para
lo cual necesitaríamos maquinarias e insumos, lo que de alguna forma también lo convierte en
consumidor.
Ante la necesidad de ambas cosas, imagine que, de la cantidad total de ciudadanos, un grupo
decide postergar la compra, otro solicitar ayuda y al menos 5 millones de personas decidirán
comprar ambas cosas, ya sean en efectivo o crédito, u otra alternativa de consumo.
Si decide por la opción de crédito, al cual un porcentaje cercano al 35% población chilena adulta
puede optar (SBIF, 2019), representa uno de los grandes problemas por el cual atraviesa la
economía. Esto se ve reflejado en la tasa de Ocupación y desempleo (INE) y la Tasa de morosidad
(Equifax), indicadores que evidencian el nivel económico del ciudadano, y que aún con sus
limitaciones, continúa potenciándose.
Ahora bien, y respondiendo a la interrogante de esta columna, el consumo a nivel país es
importante, ya que alimentan los indicadores macroeconómicos, por lo cual, el gran trabajo y el
más próximo está en ser un conocedor en la priorización de necesidades, en la optimización de los
recursos disponibles y el potenciamiento de las habilidades y competencias para producir de
forma individual y colectiva.
Como así también, generar alternativas públicas y privadas que potencien el interés en invertir y
que apunten hacia una mejor cultura del consumo en la sociedad chilena.