La paz mundial no puede esperar
Se cumplen seis meses de guerra en Ucrania y aún no existen indicios de que esto
vaya a parar. Por el contrario, todas las señales apuntan a un recrudecimiento
del conflicto, con la amenaza latente de una escalada nuclear. Desde la crisis de
los misiles en Cuba, en la década de los 60, que no se había visto nada igual.
Por Roger Sepúlveda Carrasco Rector Universidad Santo Tomás Región del Biobío
El gobernante ruso, Vladimir Putin, ha dicho que si ve amenazado su territorio no dudará
en usar armamento nuclear táctico para defenderlo. Después de la anexión de las
regiones del sur de Ucrania y del reconocimiento por parte de la Duma como parte
integral de su territorio nacional, entramos en una nebulosa peligrosa que nadie sabe
hasta dónde puede llegar.
Algunos pensaron que se trataba simplemente de un bluff de Putin que, al igual que en
una partida de póker, estaba tratando de engañar a su adversario. Sin embargo, el
presidente norteamericano, Joe Biden, se apresuró a decir que su homólogo ruso estaba
hablando muy en serio.
Hasta ahora, se ha seguido – en parte – la lógica de la Guerra Fría, en donde la única
contención fue la amenaza de la destrucción mutua asegurada. De ahí que ambas partes
se contuvieran para no seguir en esta escalada de locura.
Al mismo tiempo, mucho se ha especulado sobre la salud de Putin, sobre los temblores de
su mano, sobre si tiene un cáncer terminal o incluso sobre si sus generales van a seguir al
pie de la letra sus órdenes llegado el caso de mandar a apretar el botón rojo.
Lo único cierto es que existe un delgado hilo, una sutil frontera, entre el nacionalismo y el
patriotismo.
Por otra parte, distintas figuras, tanto políticas como religiosas, nos han advertido sobre
los peligros del nacionalismo. Parece ser que el nacionalismo exagerado es malo, aunque
el patriotismo – en su justa medida – ha demostrado ser positivo.
Lo que sí se sabe es que el pueblo ruso es muy nacionalista y que históricamente han
demostrado una capacidad de sacrificio sin igual. Solo comparable al espíritu japonés de
sacrificio de la Segunda Guerra.
Por algo, los entendidos, fundamentalmente historiadores, han señalado que ésta, en
términos de muertos sobre la mesa, la terminaron pagando los rusos.
Estamos viviendo momentos complicados, aún no terminamos de salir de una pandemia
global cuando el mundo se ve arrastrado a una guerra que de alguna u otra forma a todos
nos golpea. La inflación y los precios se han desatado.
La economía mundial se ha resentido y ya no estamos a las puertas de una recesión, sino
que estamos en medio de una.
Para terminar de empeorar las cosas, en el Extremo Oriente se está desarrollando una
creciente tensión entre las Coreas, Japón, China y Taiwán, la cual durante décadas se
había contenido, y que hoy resurge con nuevos bríos.
Es por ello que se hace urgente un llamado a la paz. Ha llegado el momento de que
nuestros líderes se sienten a negociar y que asuman el papel al que están llamados para el
beneficio de sus pueblos y no de sus egos y ansias de poder.
Lo que está en juego es nuestra forma de vida, son nuestros valores, los valores de la
sociedad moderna occidental (y me atrevo a decir que de la Humanidad en su conjunto),
como son la paz, la tolerancia y la democracia como piezas fundamentales de nuestra
identidad.